Las sectas religiosas reconocen a la mujer, como el instrumento mas eficaz en su labor de adoctrinamiento, en consideración a que en nuestro ordenamiento social, les ha sido “asignada” la responsabilidad de educar y guiar a los hijos.
De ahí que en su proceso de expansión, privilegien la identificación de mujeres cabeza de familia o núcleos familiares por dificultades de integración; pues la aparición de estados de ansiedad y desconcierto, les brinda mejores oportunidades a su penetración social.
La captación de nuevos adeptos, se disfraza mediante invitaciones que inicialmente están dirigidas a las madres, con el gancho de adiestrarlas en un oficio que le garantice independencia económica, y capacitarlas para afrontar los peligros que amenazan el futuro de los hijos.
Siendo prioritaria la generación de ingresos, la gama de opciones que se exhiben son básicamente procesamiento-conservación de alimentos e instrucción en manualidades de todo tipo; con lo cual se busca ganar la aceptación de la madre, pues de ello depende que en el corto plazo se garantice el acceso a los hijos.
Llegado el momento, la madre haciendo uso de su autoridad, termina obligando a los hijos a concurrir a conferencias y proyección de videos o películas, que los “misioneros” organizan en las instalaciones de la “capilla”; con el propósito inicial de abocar el examen de los riesgos que acechan a la juventud, pero que en el corto plazo dan paso a la difusión del mensaje adoctrinador de la secta.
No sorprende, encontrar que en predios adyacentes al sitio de culto, la secta disponga de campos deportivos o salones para realizar minitecas, o que organicen excursiones y campamentos; todo es válido en el propósito de ganar la confianza de los jóvenes.
A la madre e hijos captados, se les recomienda no comentar con el resto de la familia que están siendo adoctrinados, labor que los “misioneros” extienden rápidamente a la casa de habitación, mediante la realización de charlas semanales o jornadas de oración, que les permite conocer la realidad socioeconómica de la familia, y por ende, la capacidad para asumir en forma efectiva el pago obligado del diezmo.
El hijo al que la autoridad de la madre no pudo doblegar, es objeto del señalamiento reiterado por parte de los “misioneros”, obligándolo a abandonar su casa mientras ellos están en el interior; se da origen de esta forma, a un nuevo y mas peligroso fraccionamiento familiar, pues en nombre de la supuesta verdadera fe y la exaltación eterna, se erosionan arraigados principios familiares y sociales.
A la madre que ha sido persuadida para ingresar a la secta, se le imponen dos nuevas obligaciones: identificar que otro miembro familiar puede ser captado (mamá, abuela, tía, prima, cuñada o sobrina) y ofrecer testimonio en los eventos que se programen en el municipio de residencia o fuera de el.
Convertida en carnada, su colaboración resulta de crucial importancia en la perspectiva de posibilitar la aproximación a otras personas de su entorno más cercano, es entonces cuando las amigas y vecinas, quedan expuestas a la acción soterrada de los “misioneros”.
Con la consolidación del proceso de adoctrinamiento, la secta se convierte en un dios al que se le debe obediencia ciega, la intimidad de la familia deja de existir y su tiempo no le pertenece; los “misioneros” se abrogan el derecho a inmiscuirse en absolutamente todo.
Si un día llaman a su puerta, quizá entonces este breve relato sobre el modus operandi de quienes suelen identificarse como “la verdadera iglesia o los restauradores de evangelio”, le evite el sobresalto.
Sin embargo, conviene no olvidar que un grupo de “misioneros” de traje oscuro y morral a las espaldas, recorren la ciudad, vendiendo casa a casa un dios gringo de piel blanca; un Caín de raza negra; un profeta-fundador estadounidense, adultero y adicto a la poligamia; una tierra prometida en los Estados Unidos de América; y una vida de exaltación eterna como el dios de otro planeta, en compañía de las mujeres que desee y de los hijos que quiera concebir.
De ahí que en su proceso de expansión, privilegien la identificación de mujeres cabeza de familia o núcleos familiares por dificultades de integración; pues la aparición de estados de ansiedad y desconcierto, les brinda mejores oportunidades a su penetración social.
La captación de nuevos adeptos, se disfraza mediante invitaciones que inicialmente están dirigidas a las madres, con el gancho de adiestrarlas en un oficio que le garantice independencia económica, y capacitarlas para afrontar los peligros que amenazan el futuro de los hijos.
Siendo prioritaria la generación de ingresos, la gama de opciones que se exhiben son básicamente procesamiento-conservación de alimentos e instrucción en manualidades de todo tipo; con lo cual se busca ganar la aceptación de la madre, pues de ello depende que en el corto plazo se garantice el acceso a los hijos.
Llegado el momento, la madre haciendo uso de su autoridad, termina obligando a los hijos a concurrir a conferencias y proyección de videos o películas, que los “misioneros” organizan en las instalaciones de la “capilla”; con el propósito inicial de abocar el examen de los riesgos que acechan a la juventud, pero que en el corto plazo dan paso a la difusión del mensaje adoctrinador de la secta.
No sorprende, encontrar que en predios adyacentes al sitio de culto, la secta disponga de campos deportivos o salones para realizar minitecas, o que organicen excursiones y campamentos; todo es válido en el propósito de ganar la confianza de los jóvenes.
A la madre e hijos captados, se les recomienda no comentar con el resto de la familia que están siendo adoctrinados, labor que los “misioneros” extienden rápidamente a la casa de habitación, mediante la realización de charlas semanales o jornadas de oración, que les permite conocer la realidad socioeconómica de la familia, y por ende, la capacidad para asumir en forma efectiva el pago obligado del diezmo.
El hijo al que la autoridad de la madre no pudo doblegar, es objeto del señalamiento reiterado por parte de los “misioneros”, obligándolo a abandonar su casa mientras ellos están en el interior; se da origen de esta forma, a un nuevo y mas peligroso fraccionamiento familiar, pues en nombre de la supuesta verdadera fe y la exaltación eterna, se erosionan arraigados principios familiares y sociales.
A la madre que ha sido persuadida para ingresar a la secta, se le imponen dos nuevas obligaciones: identificar que otro miembro familiar puede ser captado (mamá, abuela, tía, prima, cuñada o sobrina) y ofrecer testimonio en los eventos que se programen en el municipio de residencia o fuera de el.
Convertida en carnada, su colaboración resulta de crucial importancia en la perspectiva de posibilitar la aproximación a otras personas de su entorno más cercano, es entonces cuando las amigas y vecinas, quedan expuestas a la acción soterrada de los “misioneros”.
Con la consolidación del proceso de adoctrinamiento, la secta se convierte en un dios al que se le debe obediencia ciega, la intimidad de la familia deja de existir y su tiempo no le pertenece; los “misioneros” se abrogan el derecho a inmiscuirse en absolutamente todo.
Si un día llaman a su puerta, quizá entonces este breve relato sobre el modus operandi de quienes suelen identificarse como “la verdadera iglesia o los restauradores de evangelio”, le evite el sobresalto.
Sin embargo, conviene no olvidar que un grupo de “misioneros” de traje oscuro y morral a las espaldas, recorren la ciudad, vendiendo casa a casa un dios gringo de piel blanca; un Caín de raza negra; un profeta-fundador estadounidense, adultero y adicto a la poligamia; una tierra prometida en los Estados Unidos de América; y una vida de exaltación eterna como el dios de otro planeta, en compañía de las mujeres que desee y de los hijos que quiera concebir.