Conocí
a Harold hace algo más de dos décadas, era un caleño que por ser muy servicial
se ganó la confianza de muchos comerciantes tunjanos, de ahí que se le viera
siempre haciendo algún mandado y no pidiendo monedas para comprarse “…el ya tu
sabes…”.
Con
cuatro semestres de Administración de Empresas en la UPTC y doce años de experiencia
en el área contable laborados en la Industria Licorera de Boyacá, no le resulto
fácil conseguir un nuevo empleo, y en la calle con el bazuco se quedo.
Era
el único hijo de doña Alba, con quien tuve el placer de dialogar telefónicamente
con alguna frecuencia, ella impotente por la suerte de su hijo, jamás olvido
solicitarme al despedirse, que le cuidara a su muchacho.
Harold
era visitante asiduo de mi oficina. Saludaba desde la puerta y como un ritual
que religiosamente repetía, pedía permiso para entrar al baño, lavaba su rostro
somnoliento y se peinaba.
En
la salita de espera, descargaba su morral y de inmediato nos comentaba de sus
jornadas de rebusque en la terminal de buses, del restaurante o del puesto de
tinto donde ayudaba para ganarse al menos la comida.
Cuando
hablaba de sus hijos, la nostalgia siempre lo apabullo. Sentía algo de
culpabilidad al aceptar resignado que “…se crecieron y no les pude brinda ningún
apoyo…”.
Una
verdad que las veces que afrontó, busco siempre mitigar repitiéndose en voz
alta “…bueno, no todos son tristezas, por lo menos mi cuchita linda me está
esperando…”, y se marchaba.
Hacia
algo más de dos meses no nos visitaba, lo cual nos causó preocupación y comenzamos
a indagar por su paradero. Nada pasaba, continuaba metido en la Terminal, decían
que “…el negro esta cada día más flaco, pero bien…”
Todo
cambió el pasado viernes 28 de Septiembre,
Jaime preguntó si Harold había pasado por la Oficina, le respondí que no
había vuelto y él preciso que ya no volvería.
Harold
Piedrahita Perdomo había muerto, su ex esposa y sus dos hijos, habían venido de
Sogamoso para sepultarlo en el Cementerio Central de Tunja, quedando entre
amigos y conocidos, toda suerte de rumores sobre su partida.
“… que a Harold antes de irse a “dormir” le
regalaron un pedazo de pollo…”
“…
que durante esa noche del pasado sábado 22 de Septiembre, Harold sufrió
horrendos dolores de estómago…” y “… que botó sangre por la boca...”
“…
que fue encontrado muerto sentado en una silla, en la madrugada del domingo…”
“…
que el pollo que le regalaron estaba picho y se intoxicó…” o “…que
a lo mejor el pollo estaba envenenado…”
En
momentos como éste, se dicen muchas cosas, por fortuna los doctores José
Antonio Tirado, Luis Carlos Gómez y Rafael Antonio Parra saben de la
transcendencia que tiene la rigurosa valoración de los rumores.
De la mano de Doña Alba,
mira flores viejo Harold
y ahí parlamos buen amigo
aunque
no te importen los rumores.
Hola,
ResponderEliminarMe gustaria contactarme contigo, me regalas un email o un numero donde te pueda escribir o llamar!!!
Gracias, quedo a la espera....
Carolina,