Apostado en el andén, bajo
la placa de mármol incrustada desde 1928 en la fachada del Club Boyacá, Fermín
ha montado “su oficina”, desde la cual todas las mañanas le canta a los
transeúntes, que pasan por la carrera decima camino de la Plaza de Bolívar o
saliendo de ella.
“Aprendí a crecer, por la ciudad vacía,
buscándome el pan, pan, pan, de cada día.”
“…Y todos los días, y todos los días
los diarios publicaban porquerías,
todos los días, todos los días... ”
los diarios publicaban porquerías,
todos los días, todos los días... ”
Raras son las ocasiones, en
que el silencio lo acompaña. Pero podría suceder por falta de un contertulio
que estimule su espíritu polémico o porque como dice él, toda rokola que se
respete, siempre necesitó que le echaran monedas para seguir sonando.
Ese bumangués cuya
apariencia física evoca al mítico Camilo Torres Restrepo, no gusta para nada de
los curas, repudia la adicción a la tortura exhibida durante la Inquisición, el
abuso sexual de menores y la poca identidad que profesan por la causa de los
pobres.
Severo al atribuirle al
Partido Conservador, la responsabilidad por el atraso que registra nuestro departamento
y la ciudad de Tunja en particular; asegura que para no perder el tiempo, jamás
ha tenido la intensión de ejercer su derecho al voto.
Egresado bachiller del Colegio Sugamuxi e Ingeniero Civil titulado con toga y birrete en
la Universidad La Gran Colombia, asegura que en séptimo semestre compartió aula
de clase con Andrés Almarales, el legendario comandante del M-19 que dirigió la
toma del Palacio de Justicia.
En los días en que al
bilingüismo buscan imponerlo en nuestras instituciones educativas, Fermín es un
aventajado; sus años de residencia en Europa y particularmente en Alemania, le
permiten hablar con alguna fluidez francés y alemán, algo de lo que muy pocos docentes pueden ufanarse en Boyacá.
Aunque su apariencia puede
estimular tal pretensión, debo precisar para que nadie se confunda, que Fermín
no es otro ciudadano más en condición de
calle en nuestra ciudad. Es por encima de toda consideración, un excelente
conversador.
Dueño de opiniones y
conceptos que defiende con razón y vehemencia, obligando a quien asuma el
riesgo de ser su interlocutor, a estar bien informado; porque él lo está, gracias
al inseparable radio de pilas, que lo acompaña en las largas noches de soledad
en su cambuche.
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