Hace quince años, gracias al silencio de las autoridades de la época y mientras la ciudad dormía, sicarios financiados por la intolerancia social emprendieron por las solitarias calles de Tunja, su recorrido de muerte.
La historia de la hermosa e
hidalga jamás podrá ocultar que entre octubre de 2.002 y marzo de 2.003, la
intolerancia asesino selectivamente con tiros de gracia a cuarenta y un (41)
personas, entre habitantes de calle y jóvenes dedicados al rebusque.
Nadie vio nada, pero todos
sabían que la camioneta blanca recorría la ciudad, recogiendo en los oscuros
rincones de nuestra marginalidad, a quienes serían sus víctimas en ese
miserable paseo de la muerte.
Asesinaron a Juan Pablo,
Pili, Alexandra, El Profe, Oscar, Patón, Cantante, Barrabas, Pita, Melco,
Risitas, Renegado, etc., etc., etc. y las autoridades de policía jamás lograron
cumplir con la operación candado para capturar a los sicarios.
Hoy con los Acuerdos de La
Habana, un ambiente de paz comienza a florecer y en nuestras ciudades surge
toda suerte de comités ciudadanos, promoviendo Cabildos de y por la Paz.
Quizá en Tunja, esos
postulados de verdad, justicia, reparación y no repetición, que tanto han sido
enarbolados pensando en las elecciones de 2.018, se concreten tomando como
objeto de trabajo un hecho tangible por la paz.
Ese ejercicio académico y
político que pretenden imponer en el Cabildo por la Paz los gobernantes y
dirigentes políticos, debe ceder el paso al examen de éstos asesinatos de la
intolerancia social.
Sería interesante que en
dicho Cabildo se examinaran las actas del Consejo de Seguridad, que se
conocieran los informes de la Comisión Especial que la Policía Boyacá dijo
haber integrado o del Comité Interinstitucional de que hablo el Consejo de
Seguridad.
El silencio debe romperse,
ya que la paz que soñamos se construye revindicando a las víctimas, y para ello,
la justicia está obligada a visitar los cambuches; para que el dolor de las
familias estrato cero y uno que viven bajo la sombra del Alto de San Lázaro,
pueda salir a llorar sus muertos.
Si en Tunja lo logramos, los
primeros en sonreír estoy seguro, serían mi amigo Harold Piedrahita Perdomo y el
poeta Mario Benedetti; pues contemplarían desde la inmensidad el universo, que
no están cierto que “Aquí en las calles suceden cosas que ni siquiera pueden decirse…”
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