Los hechos denunciados en el Inem Carlos Arturo Torres, no puede ser atribuidos a “infiltrados” que han propiciado una “cultura delincuencial”, porque se llega ligeramente a concluir, que la solución está en la instalación de cámaras, en la carnetización o la militarización de la vida estudiantil.
La violencia, consumo de drogas y abusos sexuales, aunque se conocen desde hace varios años en el Inem, no son exclusivos de esa institución educativa; por lo que la búsqueda de sus causas, la valoración de sus consecuencias e identificación de soluciones, debe extenderse más allá de las aulas.
Gobiernos municipales que ven en nuestra juventud a consumidores de pochola y mala música, solo programan conciertos; porque son incapaces de promover programas y proyectos culturales formadores de principios y valores.
Las familias disfuncionales van en acelerado crecimiento, el respeto y solidaridad en ellas han perdido vigencia; los combos, la rumba y el rebusque, son la guía de muchos de nuestros jóvenes.
El docente es hoy un simple transmisor de conocimientos que ha perdido su espíritu de formador, por ello muchos rectores y docentes no reconocen para sí, ningún compromiso con la problemática de sus estudiantes.
Las iglesias se han quedado en el sermón y sin respuestas, si bien la juventud continua siendo creyente en un ser supremo, desconfían de sacerdotes y pastores.
Ciudadanos que sin ningún pudor emboscan las instituciones educativas con negocios, que no deberían obtener licencia de funcionamiento porque resultan dañinos para el estudiantado: bares, prostíbulos, juegos de azar, maquinitas, etc.
Para ésta sociedad, los jóvenes se gozan lo que sea, pero en su intimidad muchos viven una tragedia que en no pocas ocasiones los arrincona llevándolos a la desesperanza, los pactos y la muerte.
Nada se gana cerrando los ojos a esta realidad ¿Hacemos algo ó seguimos de rumba?
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