Vender pochola es el mejor negocio en Tunja, de ahí que los andenes dejaron de ser el espacio destinado a la circulación segura de los peatones, para convertirse en parqueadero privado del bar o tienda que allí funciona.
Los dueños de esos establecimientos, convirtieron los antejardines y áreas de aislamiento, en sitios donde instalan mesas y parasoles; mientras las calles y avenidas son hoy el tinglado, donde cerebros entre alcohol ordenan resuelver los conflictos.
Con el fin de atraer a la clientela que sale de la universidad, llega por la avenida o se desplaza curioseando por el ya famoso San Pacho Gozón, la música rompe los niveles permitidos sin que nadie diga nada.
Frente a la pochola, nuestras autoridades están actuando bajo una lógica curiosa, en lugar de conminar a los dueños para que respeten las normas, prefieren esperar el “tropel” para arremeter contra los jóvenes que inundan los bares.
En la madrugada del 6 de septiembre, Miguel Arias, estudiante universitario, cayó a la avenida empujado por un agente de la Policía y fue arrollado por un vehículo… Y a quejarse el mono de la pila, o “…quien lo mando a atravesarse.”
Pochola, droga y rumba, es un negocio que reina en el centro y la avenida norte de Tunja, lucrando a unos pocos comerciantes y expendedores, sin importar la seguridad y tranquilidad de la ciudadanía tunjana.
Los atracos y heridos con arma blanca, cuya ocurrencia en ese ambiente son de registro permanente, no inmutan a nuestras autoridades y han dejado de producir asombro en nuestra comunidad.
Se ha comenzado a ver de soslayo el interés público, a observar de reojo la agresión al vecino y a obrar impulsivamente ante el menor incidente que nos afecte. Apatía e intolerancia, un coctel peligroso en cualquier ciudad.
Soñé con el aguinaldo boyacense
y que para no desentonar
a las plazoletas de mi ciudad,
regresaba la pochola
y los barcitos navideños
Para Tunja,… ¿Lo?
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