Alguien en twitter escribió
“…Desde el Altar de la Patria, celebramos por todo lo alto la gesta definitiva
por la libertad de Colombia, la #BatallaDeBoyacá.
Conectémonos de esta fiesta #EnVivo por
canal @InstitucionalTV…”
Y sí, nada más cierto, el
Pueblo Tunjano no pudo entrar a la Plaza de Bolívar a presenciar el desfile con
el que conmemoraron los 480 años de su fundación hispánica; pues un sin número
de vallas metálicas instaladas una cuadra a su alrededor lo impidió.
Allí ingresaron los gobernantes y sus invitados, el
gabinete y los funcionarios que acreditaron con carné ser parte de la nómina de
la Gobernación de Boyacá, la Alcaldía Mayor de Tunja y la Dirección de
Impuestos y Aduanas Nacionales.
Y algo similar ocurrió al
día siguiente, el Esmad y soldados del ejército nacional mantuvieron a seis
kilómetros de distancia del Puente de Boyacá, a todos esos boyacenses del común
que creyeron les sería permitido participar del tan nombrado bicentenario.
Dos celebraciones que fueron
planificadas por todo lo alto y tirando la casa por la ventana, con el
propósito de agrandar la imagen de los gobernantes en las postrimerías de sus
periodos de gobierno.
Celebraron en su honor el
Alcalde, el Gobernador y el Presidente, en medio de ruidosos discursos venti
julieros, mientras el ausente Pueblo Boyacense permanecía en casa y
el senado viaticaba en Paipa.
Los tunjanos fuimos obligados
a celebrar frente a la pantalla chica, mientras la noble y leal ciudad de Tunja
se vestía de gris y por sus calles circulaba silenciosa la soledad sin poder
arrimar siquiera a la Esquina de la Pulmonía.
Podrán decir lo que quieran,
pero de las tarimas instaladas para la fiesta,
desapareció lo nuestro; el campesino y la carranga que simboliza el
maestro Jorge Veloza y figuras de nuestro deporte insignia como Nairo Quintana brillaron por su
ausencia.
El bicentenario fue un frio
saludo a la bandera, del que las elites se aprovecharon para exorcizar
escándalos y condecorarse mutuamente; mientras el Pueblo permaneció ausente y
los medios de comunicación ocultaban lo que no se hizo y lo que allí paso.
Lo ocurrido en la
celebración de los 480 años de Tunja y los 200 de la batalla del Puente de
Boyacá, son un llamado a liberarnos de la exclusión a la que nos han sometido
esas dirigencias que tradicionalmente se lucran con los dineros públicos, gracias
a nuestra confianza y nuestro voto.
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