Crónica de una muerte
anunciada como sentenció Gabriel García Márquez en su obra, ya que mi Abuelita por
amor a su hijo Pedro Enrique, hizo caso omiso de las advertencias de contagio
formuladas por los médicos, sin detenerse a pensar que días después, ella ofrendaría
su vida por tanta abnegación y osadía.
Ese adiós contemplando el
cielo de la ciudad que te acogió, debió cumplirse dada la precariedad sanitaria
de la época, con algo de prisa y en perfecta línea recta, desde el Templo de
Santa Clara La Real hasta el solar en cuyo pórtico se advierte al que va, viene
o se queda que “AQUÍ TERMINAN LAS VANIDADES DEL MUNDO.”
La hija mayor de Pedro
Espinoza López y Antonia Zambrano, partió arropada en la misma soledad que en
vida con dignidad eligió, al preferir vivir alejada del entorno familiar, antes
que aceptar el incomprensible comportamiento de Elisa, Concepción y Ana Elvia,
sus hermanas.
Desde que abandonó su casa
paterna en Toca hasta el día de su hospitalización, mi Abuelita recibió en
Tunja el apoyo de la familia de Eusebio Calderón y María del Carmen Rojas;
quienes el 17 de julio de 1.937 apadrinaron el bautismo de la menor de sus tres
hijos y para ayudarle, le facilitaron un local donde por años funciono su
tienda.
Una existencia, que cada día
saludaba a las cinco de la mañana con el riego de agua de manzanilla,
hierbabuena y mejorana para bendecir la tienda; mientras daba tiempo a que Eva
Neira llegara a ocuparse de los oficios de la casa; salían y regresaban los
muchachos de la Escuela; hacían tareas, le ayudaban a Cantalicio a amarrar las
ovejas y cenaban: porque a las ocho de la noche, todos a dormir para evitar
sanciones de la caballería.
Sin importar las vicisitudes
que le prodigó la vida, mi Abuelita convivió siempre al lado de sus hijos Pedro
Enrique y María del Carmen, pues Carlos Julio el mayor de ellos, había tomado a
sus once años de edad, la decisión de aprender el oficio de amansar caballos al
lado de Don Julio Molano Cruz, su padre.
Un día y en circunstancias
muy difíciles de precisar en los recuerdos de mi Madre, al parecer, los esposos
Julio López y Rosa Tulia Gutiérrez convinieron añadirle una nueva
responsabilidad a mi Abuelita, dejándole en su tienda, a un niño que ella de
inmediato acogió con tanta generosidad, que nosotros lo reconocimos desde
siempre como el Tío Julio.
Abuelita Rafaela, con tu
partida el indolente destino sentenció de inmediato el mañana de cada uno de
tus hijos. Carlos Julio y Pedro Enrique con diecisiete y once años de edad
respectivamente, partieron con su progenitor; María del Carmen quedó bajo la
protección de sus padrinos de bautismo y Julio, tu hijo adoptivo, fue acogido a
sus quince años por el matrimonio conformado por Elena Torres y Adán Vega, con
la promesa de enseñarle el arte de la zapatería.
Han pasado ochenta años desde
aquel día y aunque el silencio no es olvido, aquí estamos Abuelita junto a tu
hija María del Carmen, tus nietos y bisnietos para suplicar tu benevolencia,
frente a nuestro prolongado e injustificado silencio.
Aunque tú ya lo sabes, hoy
deseo reiterar que tu imagen, tu nombre y los escasos pasajes de tu existencia
que junto a mi Madre revivimos; han permanecido siempre vigentes en nuestras
conversaciones y recuerdos, es más, te confieso que admiramos tu carácter y tu
ejemplo.
No hay tristeza Abuelita,
jamás la habrá. Solo un jardín de nostalgias aparece en la mirada de mi Madre y
lo contagia todo, cuando junto a ella, nos empecinamos en conocerte a través de
los recuerdos que logró atesorar, antes que la orfandad a sus siete años se
adueñara de ella.
Abuelita, como ocurrió en la
aldea de Betsaida con los panes y los peces, tu herencia se ha multiplicado por
la gracia del Señor YAHVEH, y hoy prevalece orgullosa en cada una de nuestras
familias, colmando de alegría la existencia de quienes con altivez nos proclamamos
hijos tuyos.
Gracias Abuelita por darnos a tu María del
Carmen, para que la vida la convirtiera en nuestra madre, y a ella, gracias mi
Viejita por enseñarnos a honrar a nuestros mayores, gracias siempre gracias,
por inculcarnos que la gratitud debe ser nuestra eterna compañera, gracias
Viejita por proteger tantas vivencias convertidas con los años en recuerdos de
familia, gracias Abuelita Rafaela y gracias Madre, porque nosotros algún día
también seremos con orgullo parte de ellos.
He comenzado a andar,
intentando continuar
los sabios pasos
de nuestros Viejos,
y deseando que si un día
alguien decide seguir los míos,
recuerde también los de ellos.
P.D. Mi gratitud a mis Primos Nohora Cecilia y
Rosa Tulia López Becerra, Luz Marina y William Molano Rengifo, Jaime Alberto y María
Elena Molano Fajardo; por compartir sus recuerdos en la formulación de estas
líneas.