lunes, 7 de abril de 2025

A MI ABUELITA RAFAELA

 


Hoy hace 80 años, a las 5 a.m. un sábado 7 de abril de 1.945, en el Hospital de Tunja, fallecía mi Abuelita Doña RAFAELA ESPINOZA ZAMBRANO, faltando dos meses para celebrar sus treinta y cinco años de edad, a causa de una fiebre tifoidea según certificó en su momento, el médico Prospero Agudelo González.
 

Crónica de una muerte anunciada como sentenció Gabriel García Márquez en su obra, ya que mi Abuelita por amor a su hijo Pedro Enrique, hizo caso omiso de las advertencias de contagio formuladas por los médicos, sin detenerse a pensar que días después, ella ofrendaría su vida por tanta abnegación y osadía.

Ese adiós contemplando el cielo de la ciudad que te acogió, debió cumplirse dada la precariedad sanitaria de la época, con algo de prisa y en perfecta línea recta, desde el Templo de Santa Clara La Real hasta el solar en cuyo pórtico se advierte al que va, viene o se queda que “AQUÍ TERMINAN LAS VANIDADES DEL MUNDO.”

La hija mayor de Pedro Espinoza López y Antonia Zambrano, partió arropada en la misma soledad que en vida con dignidad eligió, al preferir vivir alejada del entorno familiar, antes que aceptar el incomprensible comportamiento de Elisa, Concepción y Ana Elvia, sus hermanas.

Desde que abandonó su casa paterna en Toca hasta el día de su hospitalización, mi Abuelita recibió en Tunja el apoyo de la familia de Eusebio Calderón y María del Carmen Rojas; quienes el 17 de julio de 1.937 apadrinaron el bautismo de la menor de sus tres hijos y para ayudarle, le facilitaron un local donde por años funciono su tienda.

Una existencia, que cada día saludaba a las cinco de la mañana con el riego de agua de manzanilla, hierbabuena y mejorana para bendecir la tienda; mientras daba tiempo a que Eva Neira llegara a ocuparse de los oficios de la casa; salían y regresaban los muchachos de la Escuela; hacían tareas, le ayudaban a Cantalicio a amarrar las ovejas y cenaban: porque a las ocho de la noche, todos a dormir para evitar sanciones de la caballería.

Sin importar las vicisitudes que le prodigó la vida, mi Abuelita convivió siempre al lado de sus hijos Pedro Enrique y María del Carmen, pues Carlos Julio el mayor de ellos, había tomado a sus once años de edad, la decisión de aprender el oficio de amansar caballos al lado de Don Julio Molano Cruz, su padre.

Un día y en circunstancias muy difíciles de precisar en los recuerdos de mi Madre, al parecer, los esposos Julio López y Rosa Tulia Gutiérrez convinieron añadirle una nueva responsabilidad a mi Abuelita, dejándole en su tienda, a un niño que ella de inmediato acogió con tanta generosidad, que nosotros lo reconocimos desde siempre como el Tío Julio.

Abuelita Rafaela, con tu partida el indolente destino sentenció de inmediato el mañana de cada uno de tus hijos. Carlos Julio y Pedro Enrique con diecisiete y once años de edad respectivamente, partieron con su progenitor; María del Carmen quedó bajo la protección de sus padrinos de bautismo y Julio, tu hijo adoptivo, fue acogido a sus quince años por el matrimonio conformado por Elena Torres y Adán Vega, con la promesa de enseñarle el arte de la zapatería.

Han pasado ochenta años desde aquel día y aunque el silencio no es olvido, aquí estamos Abuelita junto a tu hija María del Carmen, tus nietos y bisnietos para suplicar tu benevolencia, frente a nuestro prolongado e injustificado silencio.

Aunque tú ya lo sabes, hoy deseo reiterar que tu imagen, tu nombre y los escasos pasajes de tu existencia que junto a mi Madre revivimos; han permanecido siempre vigentes en nuestras conversaciones y recuerdos, es más, te confieso que admiramos tu carácter y tu ejemplo.

No hay tristeza Abuelita, jamás la habrá. Solo un jardín de nostalgias aparece en la mirada de mi Madre y lo contagia todo, cuando junto a ella, nos empecinamos en conocerte a través de los recuerdos que logró atesorar, antes que la orfandad a sus siete años se adueñara de ella.

Abuelita, como ocurrió en la aldea de Betsaida con los panes y los peces, tu herencia se ha multiplicado por la gracia del Señor YAHVEH, y hoy prevalece orgullosa en cada una de nuestras familias, colmando de alegría la existencia de quienes con altivez nos proclamamos hijos tuyos.

Gracias Abuelita por darnos a tu María del Carmen, para que la vida la convirtiera en nuestra madre, y a ella, gracias mi Viejita por enseñarnos a honrar a nuestros mayores, gracias siempre gracias, por inculcarnos que la gratitud debe ser nuestra eterna compañera, gracias Viejita por proteger tantas vivencias convertidas con los años en recuerdos de familia, gracias Abuelita Rafaela y gracias Madre, porque nosotros algún día también seremos con orgullo parte de ellos.

  

He comenzado a andar,

intentando continuar

los sabios pasos

de nuestros Viejos,

y deseando que si un día

alguien decide seguir los míos,

recuerde también los de ellos.

 

P.D.  Mi gratitud a mis Primos Nohora Cecilia y Rosa Tulia López Becerra, Luz Marina y William Molano Rengifo, Jaime Alberto y María Elena Molano Fajardo; por compartir sus recuerdos en la formulación de estas líneas.