sábado, 30 de octubre de 2010

CAMILO ERNESTO, MI HIJO.

Una vida colmada de simbolismos, que a pesar de sus veintiún años jamás reclamará que ya es mayor de edad, pues su condición autista nos ha negado el placer de atender sus reclamos y acoger su consejo.

Nació el nueve de abril, recordando que bajo el silencio de la justicia colombiana y para tranquilidad del status quo, continua sin esclarecerse el asesinato del caudillo popular Jorge Eliecer Gaitán.

Por mi convicción política, mi hijo fue bautizado con el nombre de Camilo Ernesto, como homenaje póstumo a Camilo Torres Restrepo y Ernesto Guevara de la Serna, ejemplos en la lucha del Pueblo Latinoamericano por la liberación nacional.

Ser autista o tener otra neurodiscapacidad, se convierte muy pronto en una realidad que aterra y que los padres debemos afrontar solos, pues no existe en nuestro medio, instituciones especializadas de naturales oficial o privada que brinden asesoría temprana a las familias.

Por ello, en muchos hogares, la discapacidad se niega, ocultando a los ojos de la sociedad los hijos que la padecen.

Hoy como ayer, la escolaridad es imposible, los colegios de educación regular no cuentan con la infraestructura, el pensum y menos con los docentes que requieren los niños y jóvenes neurodiscapacitados; y lo que es peor, a las secretarias de educación departamental y municipal, les importa un pepino tal situación, de ahí que a la educación especial se le cambia de nombre, por decisión ministerial para refundirla en cualquier rincón.

A pesar de la labor encomiable y abnegada de profesoras como Amparo Romero Pinilla (q.e.p.d.), debo reconocer que los años que mi hijo pasó en Seres, Instituto Colombo-Suizo y Fundiferente, terminaron dándole la razón a la licenciada Inés Sierra “…no son más que guarderías, en las que los niños se vuelven viejos, sin que les brinden opciones reales para su vida digna…”

Pero también en salud, el acceso a los servicios ha sido limitado y los padres estamos obligados a recurrir permanentemente a profesionales particulares, pues las e.p.s. le ponen obstáculos a las terapias (psicología, lenguaje, ocupacional, etc.) y medicamentos que requieren nuestros niños autistas.

En circunstancias tan adversas, es absolutamente indispensable arrancarle en el día a día algunas oportunidades a la vida, es por ello que desde hace quince años Camilo Ernesto me acompaña a todas partes, todos los días…intentamos ser felices, ya que por separado, jamás lo lograríamos.

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