jueves, 22 de julio de 2010

MI NO ENTENDER


Hubo un tiempo en que el uso del idioma permitía saber si el joven estudiaba en el Colegio Salesiano o La Presentación, ó si por el contrario era alumno de la Escuela Normal o del Silvino Rodríguez.

En todo caso, se diferenciaban sustancialmente de la forma de expresarse del “gamín”, como se llamaba peyorativamente al habitante de la calle; y recibir ese calificativo, era una sanción social que se aplicaba en la casa y el colegio.

Hoy, tal distinción es muy difícil de establecer, ya que los jóvenes sean o no estudiantes de familia estrato 6 ó 0, se expresan igual gracias a la irrupción tardía que desde Medellín ha tenido el parlache en la “clerical” sociedad tunjana.

Es más, gracias a la “diligente” labor de algunos de nuestros docentes, resulta imposible saber que escriben en los cuadernos nuestros hijos, debido al uso cada vez más frecuente de símbolos. Ej: 2 es la Z, 3 es la E, 4 es la A, + es la T, etc. etc.

La parla y la percha, o lo que es lo mismo la forma de hablar y de vestir, es tan heterogénea e impredecible, que no depende de la moda o generación a la que se pertenece, sino de la “tribu urbana” en la que se rumbea.

La comunicación se ha ido fragmentando, lo que facilita la formulación de juicios de valor basados en la ignorancia, generando “choques” que promueven respuestas “violentas” en los combos, parches, tribus o grupos.

Sería muy interesante que lugares públicos como las plazoletas, se convirtieran en espacios de encuentro cultural, en el que el espíritu de los jóvenes se pudiera expresar con responsable libertad.

La convivencia con lo que “no se entiende” sería más fluida, porque todos aprenderíamos en un marco de mutuo respeto; y dejaríamos de percibir el parlache como una vulgaridad y a quienes lo usan como simples “garbimbas” (persona vulgar.

Dos precisiones finales, he titulado este articulo con el “invento lingüístico” de Ángela Prieto La Rotta, e intento dar respuesta a las preocupadas observaciones de mi amigo Alejandro Gaona, sobre pertinencia de las sesiones de cuentería en la Plazoleta de San Francisco.

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