sábado, 24 de julio de 2010

A MI VIEJITA



De los años vividos en el Barrio Santa Lucia, no puedo dejar de acariciar en mis recuerdos los paseos a la casa de los abuelos Pedro Castro y Rita Guerrero; y de allí dos hechos: la pregunta acostumbrada de mi abuela al vernos traspasar el verde portón de la entrada…¿a que los mandaron mijitos? y las onces con mogolla resobada y salchichón, que mi abuelo nos gastaba en la tienda de Don Isidro Molano.

Luego vinieron los días de estudiante en la Concentración Escolar Kennedy, las empanadas bailables en las que jamás pudo ser protagonistas el gordo Manuel Barreto y las diarias disertaciones sobre ética del profesor José del Carmen Camacho Castillo, rector de nuestra Escuela

A partir de allí, mis hermanos y yo, comenzamos a percibir la enorme grandeza de Doña Carmén Espinosa de Castro, mi Madre: ella, era quien hacia las filas para matricularnos, controlaba las tareas escolares y la pulcritud del uniforme, asistía a las reuniones de padres de familia en el Colegio Silvino Rodríguez o en la Escuela Normal Nacional Superior de Varones y quien al terminar recibía orgullosa las libretas de calificaciones.

Con diez hijos estudiando, muchas necesidades en nuestro hogar no podían ser satisfechas con el sueldo de empleado bancario de mi Padre, por ello Mi Viejita se dedicó por muchos años y hasta altas horas de la noche o bien de madrugada, a fabricar melcochas, panelitas de leche, cocadas, arepuelas y empanadas; que ella o alguno de nosotros llevábamos para su venta al economato de la Escuela Normal de Señoritas, cuando ésta funcionó en la sede de la calle 16 con carrera 9.

Como olvidar su bendición al salir de casa o que siempre nos peinó de niños con agua de piña, como no recordar que en los años de primaria y los tres iniciales de bachillerato, nos entregaba en un talego plástico al despedirnos en la puerta de la casa, una naranja y un banano, porque no había dinero para comprar las onces en la cooperativa del Colegio.

En mi memoria se agolpan sus sacrificios por sacarnos adelante, el “desfile” que organizaba los domingos a la cinco de la mañana para llevarnos a misa a la Iglesia de las Nieves y esas lágrimas que en muchas ocasiones se asomaron en sus ojos por nuestra “rebeldía”.

Mi Madre es grande entre las grandes, porque con su apoyo disfrutamos de jóvenes bailando Twish y rock and roll, usamos cabello largo y vestimos a la moda ye-ye; cuantos recuerdos de una rumba sana, que de vez en cuando volvemos a disfrutar en las amarillas fotos del álbum familiar.

Hoy imploro vida eterna entre nosotros para Mi Viejita adorada, y desde esta columna le envió con amor tres hermosas rosas color salmón: Tania, Camilo y Piedad, como testimonio de que sus enseñanzas sobrevivirán al tiempo y guiarán la vida de sus nietos Julián, Paola, Juan Carlos, Diego, Sebastián, Maria Fernanda, Gabriel y José David. Te admiro Mi Viejita y que tu sonrisa brille en nuestro hogar eternamente.

P.D. Madre, Mabel protestó porque no se menciona en el artículo, te envía muchos besos.




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